Reflexiones desde dentro
Charla pronunciada en la reunión de responsables de Turnos, Secciones y Promociones de la Adoración Nocturna de Madrid, por el vocal del Consejo Diocesano Francisco Garrido.
Existe un librito, cuyo autor es don José María Iraburu, Director Espiritual de Pamplona, que debería estar en manos de cuantos sentimos la grave responsabilidad del gobierno de esta Obra de la que el Papa Juan Pablo II dijo que se trata de una “porción viva y perseverante de la Iglesia que ora”.
El librito al que he hecho referencia lleva por Título “La Adoración Eucarística Nocturna” y a el me referiré en algunas ocasiones más.
A continuación, transcribo un párrafo, que desde que lo leí por primera vez, me ha hecho reflexionar seriamente, y que ahora, nos servirá como guía en estas reflexiones, que con los responsables de la ANE de Madrid me propongo realizar junto a vosotros.
«La AN decae y disminuye allí donde el amor a la Eucaristía se va enfriando; donde una adoración de una hora resulta insoportable; donde los adoradores, entre una y otra vigilia, no visitan al Señor en los días ordinarios; donde la oración es muy escasa, y no se piden suficientemente a Dios nuevas vocaciones de adoradores, ni se procuran estas con el empeño necesario; donde se acepta con resignación que las iglesias estén siempre cerradas, aun allí donde podrían estar abiertas…
Los adoradores que están en este espíritu aceptan ya, sin excesiva pena, la próxima desaparición de la AN en su parroquia o en su diócesis, atribuyendo principalmente esa pérdida a causas externas, sobre todo a la falta de colaboración de ciertos sacerdotes. Y no se dan cuenta que son ellos mismos, los adoradores con muy poco espíritu de adoración, los que amenazan disminuir la AN hasta acabar con ella.”
¿Es dura la afirmación, verdad? Pero desgraciadamente bastante realista.
Decae la Adoración Nocturna “cuando la adoración de una hora resulta insoportable”.
¿Por qué no hacemos la vigilia más corta y así vendrá más gente? nos planteamos muchas veces… ¡mentira! Cuando la vigilia pierde su tiempo, su sentido de sacrificio, expiación y adoración prolongada, carece de sentido, la convertimos en un adefesio, que como bien sabéis el diccionario de la Real Academia define como despropósito o disparate.
La Vigilia es el centro de nuestra vida de adoradores y el lugar donde ejercemos nuestra espiritualidad, como asegura don Salvador Muñoz Iglesias en el “Ideario Espiritual de la Adoración Nocturna”
“Las diversas espiritualidades dentro del cristianismo son diversas maneras de imitar a Cristo, o mejor, parcelas especializadas en una imitación que es imposible en su totalidad y en grado sumo. Cada forma de espiritualidad trata de cultivar con profundidad mayor la imitación de Cristo en alguna faceta particular de su fisonomía.
En este sentido, la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna trata de imitar a Cristo adorador del Padre, que durante su vida mortal oraba frecuentemente de noche, y que ahora perpetúa su adoración, su intercesión y su sacrificio redentor en la Eucaristía.”
Los adoradores nocturnos somos los elegidos del Señor como lo fueron en la noche de Getsemaní los hijos del Zebedeo y Pedro; nos toma de entre todos y nos pone cerca de El: “Velad y Orad para no caer en la tentación”, nos dice.
D. Salvador en su precioso libro dedicado a los Misterios del Rosario nos recuerda que la Oración de Jesús en el Huerto es modelo acabado de aquellas cuatro condiciones que el catecismo nos enseñó: atención, humildad, confianza y perseverancia.
Atención. Jesús, para orar, se retira del bullicio. Abandona la ciudad, que aquella noche ardía en fiestas, y se refugia, pasado el torrente Cedrón, en una finca privada.
Llegados al Huerto, se desprende del grupo, llevándose consigo sólo a Pedro, Santiago y Juan. A estos les hace saber la necesidad que tiene de su compañía; pero, a pesar de todo, terminó alejándose de ellos.
Y allí, totalmente sólo, ora.
Humildad. Hace falta mucha humildad para confesar a los apóstoles que está triste con tristeza de muerte y que necesita de su compañía: “Quedaos aquí, y velad conmigo” Estaban acostumbrados a verle pasar horas enteras de oración. Pero nunca le habían oído pedirles que le acompañaran, y por supuesto, jamás angustiado como esta noche. Finalmente, manifestó esta misma humildad ante el Padre con su postura física en la oración “cayó rostro en tierra”.
Confianza. Jesús, en los momentos de angustia, próximos a la sensación completa de abandono, sigue invocando a Dios con el dulce nombre de padre. Su humanidad doliente se dirige a Dios llamándoles ¡Padre mío! en el momento en que la Justicia Divina va a descargar sobre él los azotes que habían merecido nuestros pecados.
Perseverancia. San Lucas (18, 1-7) nos ha conservado la parábola de la viuda inoportuna y el juez inicuo, con la que Jesús pretendía inculcar a los discípulos que ”es preciso orar siempre sin desfallecer”. Y en la Oración del Huerto, el Maestro ponía en práctica sus enseñanzas. Los Evangelistas nos refieren que aquellas noche oró tres veces “repitiendo las mismas palabras” (Mt 26, 44; Mc 14, 39).
Hemos oído decir muchas que la AN realmente se funda en la noche del Jueves Santo. Acabamos de detenernos en esa oración nocturna de Jesús como modelo de oración, como modelo acabado de nuestra oración de adoradores, pero nuestra vigilia, si quiere tomar como modelo la escena del Huerto, no puede desprenderse del componente de sacrificio expiatorio que debe llevar consigo, porque Jesús en la noche en que iba a ser entregado vivió, como nadie el dolor del sacrificio redentor.
Por unos momentos entremos en la escena del Huerto y lo hacemos de la mano de Martín Descalzo en su extraordinaria biografía de Jesús “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret”
“Entremos asombrados, avergonzados, dispuestos al desconcierto e, incluso, al escándalo.
Porque la escena del Huerto de los Olivos es la más desconcertante, y probablemente, la más dramática de todo el nuevo testamento. Es el punto culminante de los sufrimientos espirituales de Cristo. Aquí estamos –en frase de Ralph Gorman– ante uno de los más profundos misterios de nuestra fe; ante –como afirma Lanza del Vasto– una página nueva y única en todos los libros 4 sagrados de la humanidad. Efectivamente: jamás escritor alguno hizo descender tan hondo a su campeón y menos si veía en él a un Dios. Esta imagen de un Dios temblando, empavorecido, tratando de huir de la muerte, mendigando ayuda, es algo que ni la imaginación más calenturienta hubiera podido soñar.
Ahora tenemos que preguntarnos por que este miedo terrible, por que este espanto inédito. ¿Simple temor a la muerte? ¿pánico ante la cruz y los azotes? ¿terror a la soledad?
Evidentemente tiene que haber algo más allá, mas horrible y profundo.
La muerte, el dolor físico, son evidentemente muy poco para quien tiene la fe que Jesús tenía. Tuvo que haber más, mucho más. Tuvo que haber razones infinitamente más graves que el puro miedo al dolor.
Sólo una explicación teológica puede ayudarnos a entender esta escena. Y esa explicación es que en este momento Jesús penetra, vive en toda su profundidad la hondura de lo que la redención va a ser para el. En este instante Jesús asume en plenitud todos los pecados por los que va a morir. En este momento en que comienza su pasión, Cristo “se hace pecado” como se atrevería a decir con frase espeluznante san Pablo.
¡Morir! ¡Eso no es gran cosa! ¡Eso es cosa de hombres, parte de la aventura humana! Pero aquí no se trataba de morir, sino de redimir, es decir de incorporar, de hacer suyos, todos, los pecados de todos los hombres, para morir en nombre y en lugar de todos los pecadores.
Solemos pensar que Jesús “cargó” con los pecados del mundo, como quien toma un saco y lo lleva sobre sus espaldas. Pero eso no hubiera sido una redención. Para que exista una verdadera redención debe haber una verdadera sustitución de víctimas y la que muere debe hacer suyas todas esas culpas por las que los demás estaban castigados a la muerte eterna.
Hacerlas suyas, incorporarlas, es casi tanto como cometerlas. Jesús no pudo “cometer” los pecados por los que moría. Pero si de alguna manera no los hubiera hecho parte verdadera de su ser, no habría muerto por esos pecados. Y no se trata de uno, de dos, de cien pecados. Se trata de todos los pecados cometidos desde que el mundo es mundo hasta el final de los tiempos. Un solo pecado que el no hubiera hecho suyo, habría quedado sin redimir, sin posibilidad de verdadero perdón.
Así pues, él no estaba haciéndose autor de los pecados del mundo, pero sí los tomaba por delegación, sí los incorporaba a si. Se hacía “pecador”, se hacía “pecado”.
¿Todo esto para nosotros no significa nada? El hombre sabe muy bien vivir con su pecado, sin que esto le desgarre. El hombre no sabe lo que es el pecado; o, si lo sabe, lo olvida; o, si lo recuerda, no lo mide en su profundidad.
Pero Jesús sabía en todas sus dimensiones lo que es un pecado: lo contrario de Dios, la rebeldía total contra el creador.
Estaba, pues, haciendo suyo lo que era contrario de si mismo. Estaba incorporando lo radicalmente opuesto a la naturaleza de su alma de hombre-Dios. Estaba convirtiéndose, por delegación, en enemigo de su Padre, en “el” enemigo de su Padre, puesto que recogía en si todos los gestos hostiles a Él. Hacerse pecado era para Jesús volver del revés su naturaleza, dirigir todas sus energías, contra lo, que con todas sus energías, era y vivía.
¿Quién no sentiría vértigo al creer todas estas cosas, si verdaderamente creyéramos en ellas? Ahora sí, ahora se explica todo el desgarramiento. Nunca jamás en toda la historia del mundo y 5 en la de todos los mundos posibles ha existido nada, ni podrá existir nada, más horrible que este hecho de un Dios haciéndose pecado. Cualquier sudor de sangre, cualquier agonía humana, no será nada más que un pálido reflejo de este espanto.”
¿Nos hemos parado a pensar, seriamente, todo lo que nos dice la escena del “Velad y Orad” que tenemos como máxima los adoradores? ¿Después de todo esto seguimos pensando que cinco horas son demasiadas y buscamos mil excusas para reducirlas?
La vigilia es el centro de nuestra espiritualidad, el lugar y el momento donde y cuando el adorador hace realidad su vocación.
Podríamos fijarnos en las distintas partes, acciones y contenidos de nuestras vigilias, pero yo ahora, quiero hacer hincapié en dos notas esenciales:
- La nocturnidad
- La adoración prolongada
La Nocturnidad
Es parte esencial de nuestra espiritualidad, la Adoración Nocturna trata de imitar a Cristo adorador del Padre, que durante su vida mortal oraba frecuentemente de noche, y que ahora perpetúa su adoración, su intercesión y su sacrificio redentor en la Eucaristía, como ya hemos dicho al principio.
“Por otra parte, nos dice D. Fernando Sebastián, Arzobispo Emérito, de Pamplona la oración nocturna es una practica cristiana que comienza con el mismo Jesús y que nunca se ha perdido en la Iglesia. Rezar los salmos a media noche, acomodarse junto al Señor en el silencio de la noche, es una experiencia que impresiona y que ayuda a vivir la verdad fundamental de la fe; Dios está cerca de nosotros y nosotros podemos estar cerca de Él por la Fe y el amor. Esta experiencia vivida, y repetida, deja huella y transforma la vida real de cada día.”
La Adoración Prolongada
Como adoradores nocturnos, que adoramos velando, cumplimos la misión escatológica de la Iglesia, Esposa de Cristo, que debe estar amorosamente atenta a la venida del Señor.
En la práctica para que la adoración sea realmente prolongada se lleva a cabo en turnos sucesivos constituyendo esta la forma tradicional y que el mismo ritual del Culto a la Eucaristía recomienda:
“También se ha de conservar aquella forma de Adoración, muy digna de alabanza, en que los miembros de la comunidad se van turnando de uno en uno o de dos en dos, porque también de esta forma, según las normas del instituto aprobado por la Iglesia ellos adoran y ruegan a Cristo el Señor en el Sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la Iglesia.”
En nuestras vigilias, en concreto, el turno de vela es la parte más directamente heredera de las antiguas y primitivas vigilias de oración en la noche. En efecto, los primeros cristianos movidos por el ejemplo y enseñanza de Cristo: “Velad y Orad” no solamente procuraban rezar varias veces 6 al día, sino por imitar también al Señor, se reunían sobre todo en las vísperas de las grandes fiestas litúrgicas, en vigilias nocturnas de oración.
El turno, como bien sabéis, tiene dos partes fundamentales:
- La celebración del Oficio de Lectura
- La oración en silencio
La adoración Nocturna celebra el oficio de lectura, en su hora apropiada y tradicional, en la hora nocturna.
“Es esta una Hora litúrgica bellísima, meditativa, contemplativa, alimentada por los salmos, la Sagrada Escritura y la lectura de “las mejores páginas de los autores espirituales” (Ib. 55). En las vigilias, esta Hora, más aun, está alimentada por la presencia real del mismo Cristo, que es Luz y Verdad, Camino y Vida.
La oración personal silenciosa, una vez rezado el oficio de lectura, y vuelvo de nuevo sobre el libro del P. Iraburu, mantiene al adorador en oración callada y prolongada ante la presencia real de Jesucristo, sobre el altar, en la custodia. Para muchos adoradores es este el momento más precioso de toda la vigilia. Sí, La misa y el rezo de las horas son aun más preciosos, de suyo, por supuesto; pero eso quizá ya el adorador lo tiene todos los días a su alcance. Por el contrario, ese tiempo largo, nocturno y silencioso, en la presencia real de Cristo, el Amado, oculto y manifiesto en la Eucaristía, es un tiempo sagrado, que ha de ser gozado y guardado celosamente, no permitiendo que en modo alguno sea abreviado sin razón suficiente. De lo contrario, se acabaría matando la Adoración Nocturna.”
Acabamos de hacer referencia a ello, pero quiero dejar rotundamente claro que el centro de toda nuestra vigilia lo constituye la Santa Misa.
“La celebración del Sacrificio eucarístico es, indudablemente, el centro de toda Vigilia de la Adoración Nocturna, como es el centro y el culmen de toda existencia cristiana, personal o comunitaria. La reunión previa, el Rosario, la confesión penitencial, la acción de gracias de las Vísperas, todo ha de ser una preparación cuidadosa para la Misa; y del mismo modo, la adoración posterior del Sacramento y el rezo final de los Laudes han de ser la prolongación más perfecta de la misma misa.
En la celebración de la eucaristía participamos del Sacrificio de Cristo, ofreciéndonos con él al Padre, para la salvación del mundo; adoramos su presencia real; comulgamos su Cuerpo santísimo, pan vivo bajado del cielo.”
La vigilia de la Adoración Nocturna tiene que constituir un todo armónico y quienes pretendan alterarlo, aunque cargados de buena fe, hacen un daño irreparable.
Es fundamental tener en cuenta cuanto nos dicen las Bases Doctrinales para un Ideario de la Adoración Nocturna.
“La Adoración Nocturna en España cumplió 100 años, (en 1977, después ha cumplido muchos más), sin perder su identidad. Mejor diríamos: cumplió 100 años porque supo ser fiel al ideario que le diera origen.”
Cuando el Concilio Vaticano II trata la renovación de los institutos religiosos señala como uno de los criterios decisivos la fidelidad al carisma original: “manténgase fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones” (PC 2). Una Obra de 7 Iglesia, como lo es la Adoración Nocturna, ha de crecer y crecer siempre como un árbol: en una fidelidad permanente a sus propias raíces.
Es preciso que todos estemos persuadidos de que el ser adorador nocturno constituye una auténtica vocación. Muy brevemente veamos a que nos estamos refiriendo:
“En la Iglesia todos tienen que amar y ayudar a los pobres, pero no todos tienen que trabajar en Caritas o en instituciones análogas; eso requiere una vocación especial. En la Iglesia todos tienen que rezar y ayudar a las misiones, pero no todos tienen que irse de misioneros; sólo aquellos que son llamados por Dios, etc…
En la Iglesia todos tienen que adorar a Cristo en la Eucaristía. Evidente. No serían cristianos si no lo hicieran; y en las misas se hace siempre. Pero no todos están llamados a venerar especialmente la presencia de Cristo en la Eucaristía, y menos en una larga permanencia comunitaria, nocturna, orante, litúrgica, penitencial. Para eso hace falta una gracia especial, que reciben cuantos fieles cristianos se integran en la Adoración Nocturna o en otras asociaciones análogas centradas en la devoción eucarística.
No se ingresa en la Adoración por una temporada. Al menos en la intención, el cristiano ha de integrarse en la Adoración Nocturna para siempre. Entiende que Dios le ha llamado a ella con una vocación especial; y que, por tanto, es un don gratuito que el Señor no piensa retirarle, pues quiere dárselo para siempre. En efecto, ‘los dones y vocación de Dios son irrevocables»(Rom 11, 29).
Repasemos el grado de cumplimiento y aprecio que sentimos por nuestras vigilias
Comencemos preguntándonos, ¿qué es ser adorador?
- Disfrutar especialmente del regalo infinito que supone la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento.
- Conversar personalmente con El en su domicilio terrestre durante el silencio de la noche, como Nicodemo.
- Sentir la alegría de hospedarle en nuestra propia casa como el publicano Zaqueo o como los hermanos de Betania.
- Comprometerse activamente con Jesús para realizar entre los hombres su mandamiento de amor, y para construir el Reino de Dios en la tierra.
Si esto es ser adorador: ¿cómo es posible que todavía en nuestras secciones haya un número, importante, de adoradores que mensualmente o alternativamente, dejan de asistir al encuentro con el Maestro?
¿Hemos entendido, de verdad, lo que supone ser adorador? Pensemos detenidamente:
¿Somos conscientes que como adoradores, ejercemos ante Dios lo que constituye un deber de toda criatura racional: reconocer que Dios es Dios, que es nuestro Creador, nuestro Señor y nuestro Padre; reconocer la soberanía de Dios sobre todas las cosas y sobre nuestra vida, que dependemos de El y suyos somos, que le pertenecemos total y exclusivamente; reconocer también que Dios es nuestro Salvador en Cristo y nuestro destino? ¡Grave responsabilidad es la nuestra!
Entonces, ¿como es posible que con cualquier pretexto, que a veces buscamos muy justificado… “es la familia, es el trabajo…, es….” y otras menos… “es una cena de amigos, es el chalet del fin de semana…, es…“ dejamos de acudir a esa cita que debiera ser tan deseada? Claro que para el Señor esto no resulta nuevo, Él nos contó aquello de: “El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó el banquete de bodas a su hijo. Envió a sus criados a llamar a los invitados a las bodas, pero estos no quisieron venir. De nuevo envió a otros siervos, ordenándoles: decid a los invitados: mi comida está preparada; los becerros y los cebones, muertos; todo está pronto; venid a las bodas. Pero ellos, desdeñosos, se fueron, quien a su campo, quien a su negocio.” (Mateo 22, 2-5).
¿Pero es así como nos deberíamos comportar los adoradores? ¿No pudisteis velar una hora conmigo? ¡También escuchamos el reproche nosotros! “…Porque hoy me marcho después del primer turno, ¿por qué no acabamos antes hoy? Por qué, por qué… “¿No pudiste velar ni siquiera una hora conmigo?”. Claro, que todo es cuestión de amor:
Él se ha dicho nuestro amigo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo, a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 13-15).
Todo, es cuestión de amor.
Finalmente, volvamos por un momento al principio:
“No se pide suficientemente al Señor nuevas vocaciones de adoradores, ni se procuran éstos con el empeño necesario”
A nosotros nadie nos tiene que convencer de la actualidad y vigencia de lo que hacemos: “La adoración nocturna”. Pero si tenemos la obligación de convencer a los demás.
“El contacto con Jesús- Eucaristía capacita a los adoradores para convencer a los demás. Cuando Felipe le dijo a Natanael que Jesús era el Mesías, y Natanael puso reparos, el bueno de Felipe no encontraba razones para convencerle. Pero había experimentado lo que era estar con Jesús, y le dijo como supremo argumento: “Ven y lo verás”. La misma fuerza de convicción debe tener en nosotros la vivencia adquirida en el trato con el Señor a través de nuestras vigilias eucarísticas”
Debemos pues, comenzar por ser apóstoles eucarísticos en nuestro propios turnos, haciendo que ni un sólo adorador falte a la “audiencia de amor” que cada mes el Señor nos concede. Haciendo lo posible e imposible para que nunca, ningún mes, falte la vigilia en nuestra parroquia o iglesia. Desgraciadamente se está introduciendo entre nosotros una malísima costumbre, la de suprimir la vigilia de agosto por vacaciones, un mal que va in crescendo, porque en estos últimos años ha habido algún turno que ha suprimido 3 vigilias, julio, agosto y septiembre. ¿Acaso el Señor se va de vacaciones al Cielo?
Debemos continuar nuestro apostolado con aquellos adoradores, que un día fueron activos, adoraron a nuestro lado y sin saber por qué se marcharon. Este año de la Fe tiene que producir la gracia del retorno de quienes un día sintieron desfallecimiento y que sólo esperan, como dijo el poeta, “la voz amiga que les diga levántate y anda”.
Pero no podemos limitarnos sólo a este importantísimo apostolado a conocer y a aprovechar personalmente el misterio del amor que Dios nos ha tenido y el regalo infinito que nos ha concedido en el Sacramento del Altar. “La caridad de Cristo nos apremia.”(2 Cor. 5,14). Y tenemos que ayudar a todos los hombres para que lo conozcan y lo aprovechen. Nos sentimos felices de ser –ante la Iglesia y ante el mundo– testimonio y, en la misma medida, anuncio de que Cristo presente en la Eucaristía es el gran Don salvífico, el Salvador en persona a quien debemos acoger y adorar con agradecimiento y amor.
La Eucaristía estrecha nuestros lazos con Cristo salvador. Por ello, los adoradores nos sentimos miembros del Salvador formando con El una comunidad de salvación: no sólo una comunidad en la que nos salvemos, sino una comunidad salvadora, una comunidad que con Él y gracias a Él ayuda a los hombres a ser salvos. Adoramos, pues, no como gestores personales de nuestra propia salvación, sino como colaboradores con Jesús en la salvación del mundo entero.
La Eucaristía, que adoramos y recibimos, es para los adoradores una exigencia ineludible de amor fraterno. Nadie mejor que nosotros debe percibir que la Eucaristía es el Sacramento del amor infinito que Dios nos tiene. Si amor con amor se paga, el adorador debe saber que tiene con Dios una deuda infinita de amor.
Jesús, presente en la Eucaristía, nos repite continuamente “Lo que hiciereis a uno de mis pequeñuelos a mi me lo hacéis”.
La manera de pagar a Dios la deuda que con él tenemos es, por voluntad expresa suya, pagársela en amor a los hermanos. Con celo y diligencia acerquémoslos a la Adoración Eucarística.
Y termino, profesamos especial devoción a “La Santísima Virgen María, de la que Cristo el Señor tomó aquella carne que en este Sacramento bajo las especies del pan y del vino está contenida, ofrecida y comida.” (Misterium Fidei).
“María estuvo junto a la cruz (Cf. Jn 19.15) sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, adhiriéndose amorosamente a la inmolación de la Víctima por Ella engendrada y ofreciéndola Ella misma al Padre Eterno. Para perpetuar en los siglos el Sacrificio de la Cruz, el Salvador instituyó el Sacrificio Eucarístico, memorial de su muerte y resurrección, y lo confió a la Iglesia su Esposa, la cual, sobre todo el domingo, convoca a los fieles para celebrar la Pascua del Señor hasta que El venga: lo que cumple la Iglesia en comunión con los santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable.” (Marialis cultus, núm. 20.)
Así pues, Madre ahora y siempre, “A tus manos encomendamos el futuro que nos aguarda invocando sobre el mundo entero tu constante protección.” (Juan P. II) ¡No nos dejes Madre mía!
¡HAZNOS CADA VEZ, MÁS FIELES A NUESTRA VOCACIÓN DE ADORADORES! y que se haga realidad la segunda parte del párrafo que nos introducía al principio en nuestras reflexiones:
“La AN, por el contrario, crece y florece allí donde los adoradores mantienen encendida la llama del amor a Jesús en la Eucaristía, y viven con toda fidelidad las vigilias tal como el Manual y la tradición las establecen; allí donde los adoradores adoran al Señor no sólo de noche, una vez al mes, sino también de día, siempre que pueden; allí donde piden al Señor nuevos adoradores con fe y perseverancia; allí donde difunden la devoción eucarística y procuran con todo empeño que las iglesias permanezcan abiertas.
Donde más se necesita actualmente la AN –o cualquier obra eucarística– es precisamente allí donde la devoción a la Eucaristía está más apagada. Allí es donde más quiere Dios que se encienda poderosa la llama de la AN. Si los adoradores, fieles al Espíritu Santo, con oración y trabajo, procuran el crecimiento de la Adoración, empezando por vivirla ellos mismos con toda fidelidad, la AN crece: ellos plantan y riegan y “es Dios quien da el crecimiento.” (1 Cor 3,6)
Dios ha concedido por su gracia a la Adoración Nocturna ciento sesenta y cinco años de vida en la Iglesia. Que Él mismo, por su gracia, le siga dando vida por los siglos de los siglos. Amén”